ACERCA DE “CRÓNICA DE ATLANTIS”
¿Y si el misterio de la Atlántida no fuera su
origen o su localización, sino la incertidumbre del siguiente amanecer?
Habitualmente, la fantasía o la especulación
se aproximan al mito atlántico como algo remoto, desde nuestro presente, como
una aventura arqueológica o el descubrimiento, casi prohibido, de una utópica
civilización. Pero, para un habitante cualquiera de aquella legendaria isla, la
única pregunta que rondaría su mente sería: ¿existe
un futuro?, previendo, tal vez, que la respuesta acabaría por abatirse
sobre él, más pronto que tarde, en la forma de un drama humano de sobrecogedora
magnitud.
Bajo este punto de vista, “Crónica de
Atlantis” construye su tiempo y lugar con aportes tomados de las mitologías
egipcia, (la historia de traiciones y venganzas familiares de Osiris, Seth,
Isis y Horus), polinésica (¡cómo desaprovechar las posibilidades del mito gemelo
existente en el Pacífico sobre el menos conocido y asimismo desaparecido
continente oceánico de “Mu”, cuyas ramificaciones legendarias se extienden por
toda la Polinesia, Australia y Extremo Oriente!), védica (de ahí los personajes
de Indra, Varuna, Rama —o Ra-Mu— y
Arjuna) y semítica (el gran amigo del protagonista es Ea —o El—, precursor del todopoderoso Yavéh),
para generar una novela en la que el uso consciente de un determinado tipo de
lenguaje —y con la ayuda de reyes y príncipes y palacios y escenarios salvajes—
pretende teñir de arcaico las imágenes de conjuras políticas y guerras
mundiales, de dioses extraterrestres y fulgurantes aeronaves...
Mas toda crónica necesita su cronista, y en este papel encontramos a un personaje que lucha contra su propio
mito y que huye de su propia historia. De manera que son DOS los relatos que hallamos en la novela –el de Atlantis,
narrado en primera persona por el personaje protagonista, y el que reconstruye
su angustiado presente, narrado en modo indirecto–. Dos historias, dos enigmas, que sólo al final de la novela encuentran su respuesta.
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