domingo, 8 de enero de 2017

MAPAS FUERA DE SU TIEMPO: LAS CONCLUSIONES DEL PROFESOR HAPGOOD

Piri Reis, Mapa

Charles H. HapgoodEn  un post anterior, titulado "Antiguos mapas e islas perdidas", hablábamos del famoso mapa de Piri Reis y de algunas de las sorpresas cartográficas que encerraba. En otro momento habrá tiempo de analizar  más a fondo todos los extraordinarios pormenores de este mapa; pero, en esta ocasión, me referiré a uno de sus más notables investigadores: el profesor de Antropología e Historia de la Ciencia Charles H. Hapgood (1904-1982), del Keen College, en New Hampshire. Fue el Capitán Mallery, (primer investigador del mapa de Piri Reis, tal y como explicaba en el artículo de este mismo blog antes mencionado) quien acudió al profesor Hapgood a fin de verificar sus primeras impresiones acerca del mapa. Fascinado, el profesor y su equipo de alumnos acometieron la tarea con determinación y, a raíz de sus descubrimientos en la carta de Piri Reis, dedicaron años al estudio de numerosos mapas de la época medieval y del Renacimiento, que, por sus características cartográficas, parecen estar totalmente fuera de su tiempo.


Las conclusiones del profesor Hapgood, al término de su impresionante tarea (reflejada en su libro “Maps of the Ancient Sea Kings”) resquebrajan, con sus implicaciones, la Historia toda, tal y como nos la han contado. Las evidencias que manifiestan los mapas estudiados por el profesor y su equipo, sugieren la existencia de una gran civilización existente durante la Edad del Hielo, mucho antes de la aparición de cualquier civilización por nosotros conocida. En geodesia, ciencia náutica y cartografía, tal cultura debió ser más avanzada que la nuestra, al menos hasta el siglo XVIII. De hecho, no fue hasta el siglo XIX que nuestra propia civilización exploró las zonas Árticas y Antárticas o el fondo del océano Atlántico. Estos mapas antiguos indican que sus creadores hicieron todas estas cosas.

La elaboración de mapas a esta escala sugiere la existencia de motivaciones económicas y amplios recursos, así como de algún tipo de organización político-social. Y ciertamente, la desaparición de una civilización semejante debería ser considerada cuidadosamente, en todos sus extremos, por nuestra propia civilización. 

Y así, Hapgood escribe:
1) La idea de un desarrollo simple y lineal de la sociedad desde la cultura del Paleolítico (Edad de Piedra) a través de las sucesivas etapas del Neolítico, las edades del bronce y del hierro, debe ser desechada. Hoy mismo nos encontramos con culturas primitivas que conviven con la sociedad moderna avanzada en todos los continentes —los aborígenes de Australia, los bosquimanos de África del sur, pueblos totalmente primitivos en América del sur y en Nueva Guinea…—. Desde ahora deberíamos asumir que, hace unos 20.000 años o más, mientras que los pueblos paleolíticos sobrevivían en Europa, otras culturas mucho más avanzadas se extendían sobre la Tierra en otros continentes, y que apenas hemos heredado una parte del conocimiento que aquéllas una vez poseyeron, transmitida de generación en generación.
 2) Cada cultura contiene las semillas de su propia desintegración. En cada momento, las fuerzas del progreso y de la decadencia coexisten, construyendo y derribando lo creado. Parece demasiado evidente que las fuerzas destructivas han ganado a menudo la batalla; y como muestra de tantos casos conocidos tenemos la extinción de las elevadas culturas de la antigua Creta, Troya, Babilonia, Grecia y Roma, a los que sería fácil añadir otros veinte casos similares. ¿Recordamos ahora que Creta y Troya fueron, durante mucho tiempo, consideradas como simples mitos?
3) Cada civilización parece desarrollar, con el tiempo, la tecnología suficiente para su propia destrucción y, en ese punto, ha hecho uso de la misma. No hay nada mágico en esto. Tan pronto como los hombres aprenden a construir muros para su defensa, otros hombres aprenden cómo derribarlos. Cuanto más vastos son los logros de una civilización, cuanto más se extienden, mayores son los medios para la destrucción; y así hoy, para contrarrestar la propagación de la civilización en el mundo moderno, tenemos el poder atómico para destruir toda la vida en la Tierra. Simple. Lógico.
 4) Cuanto más avanzada sea una cultura, más fácilmente será destruida, y menos evidencia de aquélla quedará. Tomemos Nueva York como ejemplo. Supongamos que fuese destruido por una bomba de hidrógeno. Después de 2000 años, ¿cuánto de lo que era su vida, su espíritu, su fortaleza, podría ser reconstruido por los antropólogos? Incluso si unos cuantos textos hubieran sobrevivido, sería imposible reconstruir la mentalidad de Nueva York. La triste historia de la destrucción, por la cual el hombre destruye casi tanto como lo que crea, no comienza con nuestro siglo XX. Consideremos la cuestión de las bibliotecas. Los mundos antiguos de Grecia y Roma tenían incontables de ellas, la más famosa de las cuales fue, sin duda, la Biblioteca de Alejandría,  fundada en dicha ciudad de Egipto por Alejandro Magno, tres siglos antes de la era cristiana. Quinientos años más tarde, se dice que contenía un millón de volúmenes, aproximadamente, y en ella se conservaba el conocimiento entero del antiguo mundo occidental —la tecnología, la ciencia, la literatura y los registros históricos—. Esta biblioteca, el patrimonio de miles de años de la Humanidad, fue pasto de las llamas.
Quemada primero por Julio Cesar. Y por una turba de fanáticos cristianos años después, Y los restos de aquella gran Biblioteca aún fueron quemados una tercera vez por un califa árabe que los utilizó para calentar el baño de sus guerreros.

Lo peor es que, en nuestra época, los guerreros y los fanáticos aún siguen quemando libros.

Pero conozcamos algunos de esos mapas extraordinarios que el profesor Hapgood sacó a la luz:

MAPAS DE GRAZIOSO Y ANDREA BENINCASA (1482-1508)


Andrea Benincasa, Mapa
Mapa de Andrea Benincasa (1508)
(Biblioteca Apostólica Vaticana-Borgiano VIII)
En la mayoría de los estudios (incluidos los de Hapgood) se habla del mapa de Andrea Benincasa, fechado en 1508; pero éste es confundido a menudo con otro similar de su padre, Grazioso Benincasa (1482), en el que el de Andrea está claramente basado, por lo que el anterior en el tiempo resulta todavía más interesante.

Podemos afirmar que el de Benincasa es uno de los portulanos más precisos de su época, en cuanto a lo detallado de las costas. Por otra parte, la exactitud en las latitudes y longitudes que demuestra, revela que sólo pudo haber sido trazado, en su origen, con ayuda de la trigonometría esférica. El profesor Hapgood lo llamó “un producto científico en el verdadero sentido del término”.

Grazioso Benincasa, Mapa
Mapa de Grazioso Benincasa (1482)
(Biblioteca Universitaria de Bolonia)

En contraste con toda esta perfección, el mapa es, en apariencia, completamente erróneo en lo que respecta al mar Báltico —zona perfectamente conocida en 1508, dado que llevaba tres siglos siendo una ruta habitual para los buques mercantes—. Los mapas de Ptolomeo, de la misma época, lo trazan con más acierto. ¿Entonces?
La respuesta es tan asombrosa como decir que la forma que ocupa la Europa del Norte en el mapa se corresponde con la capa de hielo glaciar que cubría Escandinavia hasta una fecha cercana a los 8.000 años a.C. Y es bajo esta perspectiva que volvemos a la exactitud propia del mapa, pues el borde de la masa de hielo se extiende hasta la latitud correcta de aquellos antiguos glaciares, esto es, los 57-58º N.


MAPA DE IEHUDI IBN BEN ZARA (1487)


No se sabe demasiado de este cartógrafo árabe, excepto que su conocimiento de la cartografía terrestre debería haber sido similar al actual en cuanto al sistema de proyección y al dominio de la trigonometría esférica. Sin tales técnicas, no podrían haberse realizado los cálculos matemáticos necesarios para situar, con la precisión demostrada, los hallazgos geográficos descritos en el mapa que lleva su nombre..

Ibn Ben Zara, Mapa
Mapa de Iehudi Ibn Ben Zara (1487)
(Biblioteca Apostólica Vaticana)

Lo cierto es que, para la realización de su portulano, Ben Zara se basó en antiguos mapas, anteriores al del astrónomo Ptolomeo, albergados en la Biblioteca de Alejandría.

Lo verdaderamente asombroso de este mapa es que en él se pueden contemplar las costas mediterráneas, europeas y norteafricanas, con el nivel que tenían durante el último periodo glaciar, antes del deshielo general en Europa, hará unos 12.000 años. Por ejemplo, se puede observar la desembocadura del Guadalquivir como una gran bahía, en lugar de las extensas marismas que conocemos en la actualidad. Como en el mapa de Benincasa, también aparecen glaciares en Europa del Norte, a la misma latitud que Gran Bretaña e Irlanda, así como representaciones muy detalladas de ciertas islas en los mares Mediterráneo y Egeo que, hoy en día, debido al aumento del nivel de las aguas, se encuentran sumergidas, lo que viene a reforzar la idea de que la confección original del mapa data de épocas muy anteriores.